Herederos como somos de la Ilustración —de esa ensordecedora manera de malentender la realidad desde la sola razón—, en Occidente nos asomamos a ciertas realidades artísticas dando por sentado un prejuicio que es hijo natural de toda forma de ignorancia. Sospechamos de la imaginación porque damos por sentado que es el umbral del escapismo, la antítesis del mundo pragmático y los ideales utilitaristas en que hemos sido maleducados. 

Y así, hemos colocado la obra de John Ronald Reuel Tolkien en el cómodo pero inadecuado anaquel de “literatura fantástica”, pensando que lo imaginario es irreal, intangible, quimérico y nada más. Pero la Tierra Media está henchida de un sentido polisémico que nace —no podría ser de otro modo— de la invención idiomática que Tolkien desarrolló a lo largo de casi siete décadas. 

La subcreación, la literal invención de mundos posibles vinculados a la belleza del lenguaje, adquiere en la poética del profesor de Oxford un matiz único: la credibilidad es transformada en deseabilidad, en anhelo; la catarsis, en alegría inesperada, porque en la tierra de Fantasía “la alegría y las lágrimas son afiladas como espadas”, como afirma el autor al inicio mismo de su esencial ensayo “On Fairy Stories”; y, por eso, la esperanza es más fuerte que la muerte. 

Vamos a profundizar en este sentido de la imaginación subcreadora, de la vuelta de tuerca que Tolkien da a la noción romántica de “voluntaria suspensión de la incredulidad”. 

Vamos a tratar de entender mejor por qué la imaginación no es para este autor “la loca de la casa”, aun cuando —como todo lo humano—pueda enloquecer. Ahondaremos en el sentido de lo imaginativo, del vínculo entre mitología y epopeya, entre invención de idiomas, verosimilitud y mitopoeia. 

Ven a pasear por los entresijos de esa trama cartográfica que se extiende en la dirección de los cuatro puntos cardinales para, a fin de cuentas, regresar al núcleo de lo que somos, criaturas en busca de sentido. Decíamos, ¿es sólo un mito? Es nada menos que la actualización nuclear de lo que somos, de la promesa que apunta en nosotros a dar cuenta cabal de que había en nosotros más tela de la que fue necesaria para cortar el traje de nuestro destino.

Duración del taller: 3 sesiones de 1.5 horas aprox.